Melissa Pinel Z. – Diario La Prensa de Panamá

La primera compilación de cuentos de Cheri Lewis es irreverente y espeluznante; una combinación que solo los buenos textos hacen funcionar. En ‘Abrir las manos’ hay bastante de eso.

Para mí, a veces, lo mejor de perderse entre las páginas de un libro es tener que cerrarlo súbitamente, con la piel erizada, para preguntarse en voz alta si lo leído realmente acaba de pasar.

Así es leer Abrir las manos, la compilación de cuentos de la autora panameña Cheri Lewis. De los 12 cuentos, al menos 5 me hicieron parar en seco para releer alguna frase o admirar el ingenio con el que el cuento terminó. Otros 3 han venido a mí en momentos en los que mi mente aparentaba estar en blanco y 2 más los he relatado en voz alta, sin poder esperar que el oyente encontrara el tiempo para leerlo por su cuenta. Cuando algo es bueno, dan ganas de compartirlo.

Todo en este libro es un ejercicio para ver qué tan libre los lectores se atreven a dejar correr la imaginación. En Mujer hecha pedazos, Lewis nos convence de la existencia de una chica a quien las extremidades se le caen en los momentos más inoportunos, y en Salir a flote, una relación dependiente y casi amorosa entre una joven y un bote rojo salta de la página sin pedirle permiso a nadie.

Lo bueno de este fantasioso viaje es que el lector nunca está solo. Los protagonistas acompañan, desde la incredulidad hasta la aceptación, y llegadas las últimas líneas de cada nueva aventura solo queda resignarse a que lo vivido –o en nuestro caso lo leído– es tan real como cualquier otra cosa.

Lewis, que nació en la provincia de Herrera, en Panamá, logra que sus cuentos tomen una dimensión que alterna entre lo tremendamente local y lo que no necesita nombrar el lugar en el que acontece para resonar. En un mismo libro conviven Episodio de la cantina en dos actos, cuyos protagonistas son dos campesinos temerosos de lo sobrenatural, con cuentos como La muralla, en el que un hombre visita un teatro que bien podría estar en cualquier ciudad del mundo.

Con una redacción que no es pretenciosa, cada cuento en Abrir las manos habla de dudas plenamente humanas a las que un giro inesperado pone de cabeza. Los clichés pocas veces se cuelan entre el texto, en el que refresca no hallar los protagonistas clásicos de las producciones latinoamericanas.

Me quedo con Abrir las manos, el cuento que da nombre al libro. Quizá porque la primera vez que lo leí fue en un semáforo, tan inmersa en la lectura que no vi la luz cambiar a verde. O quizá porque su historia me recuerda un poco el tipo de fantasía al que es tan propenso uno de mis autores favoritos, el inglés Neil Gaiman.

Ya no tengo más cuentos de Cheri Lewis qué leer. Eso, confieso, me da pesar.