Jorge Ávalos – Escritor

Hay cuentos que son tan efectivos y precisos como una flecha. Dan en el blanco. Mientras vemos la flecha en el aire creemos que el cuento es la trayectoria de la flecha, hasta que nos percatamos de que la flecha está dirigida hacia nosotros. El blanco es el lector. Nos convertimos en el blanco porque nuestra subjetividad como lector es astutamente encauzada para hacernos sensibles a una crítica mordaz.

Este es el arte del cuento: con el pretexto de contarnos una historia, eleva y encauza nuestra sensibilidad en un viaje que pone de cabeza nuestras expectativas, nuestros prejuicios o nuestras creencias. La sorpresa puede ser uno de los tantos puntos de llegada de un cuento, pero también lo pueden ser el asombro, el horror, la revelación o la melancolía.

El cuento “Lágrimas” de Cheri Lewis es sobre una cuestión que parece difícil de tratar de forma efectiva en una narración muy breve: la dialéctica de la relación sexual entre una pareja. Este es el tema del cuento, y me cuesta creerlo mientras lo digo, pero sí, hay un salvaje gozo intelectual en descubrir en este cuento una observación tan aguda sobre la dinámica de la política sexual en las relaciones contemporáneas. En este caso, cuando digo “política sexual”, me refiero a la tensión provocada por la relación desigual que se configura a partir de la rendición del ser al deseo, y de cómo esa rendición le concede un enorme poder al otro: al objeto del deseo. Descubrimos aquí las eternas dicotomías entre el amor y el sexo, entre el compromiso y el encuentro casual, y entre las necesidades emocionales opuestas de las dos partes de una pareja. Es un tema que se presta para los clichés y los estereotipos, las banalidades y las venganzas. Cheri se libra de estas trampas por la manera en que aborda el punto crítico del desencuentro de una pareja, saltando directamente sobre su yugular, tal y como lo hace desde la primera línea del cuento:

Emilio era diferente. Le había asegurado que no se había enamorado jamás. A lo mejor existían los hombres así, que no se enamoran nunca, tal como existen mujeres como ella, que se desenamoran siempre. Después de mucho pensarlo, o de no pensarlo más, agarró una botella de vino y se fue a casa de Emilio […] El sexo fue sucio y salvaje, como les gustaba a los dos. Se revolcaron en la alfombra. Contra la pared. Sobre la mesa del comedor. Culminaron en la cama. El idilio duró horas y los dejó exhaustos, extenuados, mordidos, resquebrajados.

Este narrador, que sin ser completamente omnisciente conoce muy bien a sus personajes, no me habla de sexualidad, no me habla de sicología, me habla de coger. El narrador establece una dinámica que nos dice: Hablemos de lo que significa no poder coger en nuestra sociedad sin tener uno que involucrarse en una relación o sin tener que adquirir un compromiso de pareja. Este es el punto de partida del cuento “Lágrimas”.

El humor del cuento emana, al principio, de este plano comunicacional, pero el humor que gradualmente domina la narración hasta el final proviene de una fuente muy distinta, de un desvelamiento de los patrones de conducta de dos amigos que temen recaer en lo que más temen: una relación de pareja. Quien cree que un final predecible es una falla, no ha leído este cuento de Cheri. La sorpresa al final no es de orden narrativo sino emocional. Como ante un juego entre dos competidores, Cheri convence al lector de que Mariana tiene una fuerte posibilidad de salir victoriosa, de que no recaerá en el vicio peligroso de coger con un amigo y llorar porque el otro se enamora de ella inútilmente. Lo divertido es que el ser humano en sí es tan predecible, que con toda probabilidad tiende a seguir un patrón de conducta y recae en los mismos errores de siempre. La sorpresa de este cuento es la realización inevitable de un acto predecible.